sábado, 23 de enero de 2010

DÁMELA CON MASA


Una vez más caigo en la arepera que no sé por fin si es capitalista o mixta o socialista y tengo la impresión de encontrar las mismas caras de siempre. Dámela con masa.
Aquí se dan cita amantes y odiantes y vendedores de llaveritos y de estampas y tragafuegos que quieren sacarse de la boca el sabor de llamaradas. Dámela sin masa.
A cierta hora nona irrumpe el recogelatas tocando música de aluminio, exigiendo la tostada de queso de mano de la luna. Dámela con masa.
Después se rellenan la arepa de cuajada del amanecer y la de queso amarillo del sol del mediodía y la reina pepeada de la tarde y la negra morcilla de la noche. Dámela sin masa.
La tele a todo volumen y la rockola a todo dar y el ambiente musical a millón y los pitidos de celulares con máxima estridencia repletan la tostada cuatro quesos del aturdimiento. Dámela sin masa.
Irrumpen vendedores de rifas y loterías y raspaditos rellenando de incertidumbre la reina pepeada del destino. Dámela con masa.
De madrugada en madrugada asoma el enamorado que come el picadillo de su corazón en silencio. Dámela sin masa.
Como en un bar quisieran contárselo todo tantas almas perdidas pero en la arepera todo se sabe aunque mastiquemos mirando en el techo la cagada de mosca de la indiferencia. Dámela con masa.
En la arepera encuentra el solitario la familia ideal que sólo acompaña veinte minutos entre el ticket de caja y la servilleta. Dámela sin masa.
El perro que espera su pellejo es el que cura tantas penas del alma con el sicoanálisis de la mirada. Dámela con masa.
Tiene algo de última cena la tostada del motorizado que anduvo todo el día buscando como matarse y que de inmediato salta a su máquina para ver si lo logra metiéndose por la autopista a contravía. Dámela sin masa.
En la hora del peor madrugonazo invaden los mariachis picantes y los matatigres que tocan las veinticuatro horas repartiendo el sonoro sabor de la salsa. Dámela con masa.
A veces se paran enfrente las camionetas negras del poder pero de ellas sólo salen asistentes adulones que entran a comprar delicias para otros. Dámela sin masa.
Nadie sabe cuál arepa va a ser la última comunión del parroquiano a quien darán bollo en la esquina y cuyos deudos saldrán del velorio a revivir con otra de fiambre. Dámela con masa.
A ciertas horas pasan raqueta los paramilitares pero la gente agradece que todavía lo hagan con metralletas y no con motosierras. Dámela sin masa.
Puede que en la otra mesa coincidan la dietética ensalada de la ejecutiva a quien despidieron de la revista de farándula y el mondongo de la caminadora con la media corrida, ambas fingiendo ignorarse, cada una quizá deseando ser la otra. Dámela con masa.
Descubro que los clientes de la arepera somos siempre los mismos y vivimos aquí vendiéndonos unos a otros baratijas e ilusiones, conectando como tubos digestivos pensantes los dos extremos de los mostradores y los sanitarios. Dámela sin masa.
Yo mismo hace meses que no regreso a la casa con sus tétricos libros y escribo en las servilletas tantas cosas sin otro destino que las papeleras. Dámela con masa.

EGOCELL
Ante la plaga de los celulares que cada vez más convierten a las personas en ausentes pues estén donde estén siguen comunicados con persona o realidad remota, la organización terrorista lanza Egocell equipo clandestino que permite comunicarse con uno mismo. Así en una reunión una clase una misa el usuario de Egocell fingiendo comunicarse con una tía para contarle banalidades puede en realidad conectar consigo mismo para cuestionar el sentido de lo que hace o lo que le hacen. No puede nadie sospechar que en lugar de oir a su mujer que le cuenta lo que compra en el automercado, el usuario de Egocell escucha mientras su monólogo interior se vuelve monólogo ulterior que lo conduce a abismos.

TRADUCELL
En el último modelo de celular portátil viene Traducell, el traductor universal. No se sorprenda si expresa una sinfonía en colores, pero por lo menos pásmese cuando interprete una sonata como ensayo matemático. Traducell pongamos por caso convierte el Aula Magna de la Universidad Central en fuga con variaciones, pero lo peor o lo mejor es aplicarlo a la mujer amada o deseada y experimentarla versionada en sabores. Traducell, diseñado para una civilización de autistas, alcanza su pináculo cuando el usuario se lo autoaplica. El otro día me encontré un amigo en un museo, convertido en cuadro abstracto, y aquí estoy yo, reducido a letras de tinta.

GRAFITO CITY
Se cansa la ciudad de que la tapen los mezquinos reclames de la publicidad y al pie de una valla amanece el primer grafito, anárquico como una meada de colores, propiciando que cerca aparezcan otro y otro y otro con ilegibles letras fulgurantes que expresan mensajes ilegibles como expresión de una ciudad donde ya nada tiene sentido. La mugre de vallas publicitarias es cubierta por una primavera de flores caligráficas de las cuales nadie sabe si son escritura sin mensaje o mensaje sin escritura hasta que otra mañana aparece el primer letrero legible: DIGO QUE DIGO. La batalla de quienes piensan con colores y quienes cromatizan con pensamientos queda así entablada hasta que aparece en la calle la primera cara pintada. Sobre la piel desnuda los ciudadanos se dibujan las ropas que han dejado de ponerse, luego la imagen de lo que quieren ser y por fin la de lo que son. Contra superficies consteladas de estrellas caligráficas vagan los violentos planetas cromáticos del cuerpo, a veces confundiéndose, a veces destacándose. Ni un centímetro de la ciudad deja de ser imagen o idea. Y entonces el proyector de colorear las nubes comienza a escribir la meteorología y germina por la noche la selva de neón que cambia de posición y de forma según la orientación de los luceros. En Grafito City ya no hay noticias: cada color es el suceso y la novedad cada forma y la actualidad es el contraste. En Grafito City todos sueñan en colores, o pasearse por ella es soñar. Ser a la vez el sueño y el soñante y el soñado.


Versión en francés: http:/luisbrittogarcia-fr.blogspot.com

Bibliografía del autor: http://luis-britto.blogspot.com/
Foto:Luis Britto