sábado, 7 de marzo de 2015

CHÁVEZ Y LA SOBERANÍA




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¿Qué es la soberanía? Es la suprema, perpetua e inalienable potestad de un Estado de darse sus propias leyes, ejecutarlas con sus autoridades y decidir con sus propios tribunales las controversias que se plantearan sobre dicha ejecución. Es una potestad suprema, porque por encima de ella no hay ni puede haber otra. Es inalienable, porque un Estado no puede cederla, comprometerla ni condicionarla sin dejar de existir. Es perpetua, porque una vez instaurada, perdura sin limitaciones en el tiempo. Ello es así porque la soberanía expresa la voluntad del pueblo libre. La pérdida de la soberanía es la muerte del cuerpo político. Nadie puede consentir válidamente en perder la soberanía o en ser esclavo, porque como decía Rousseau, la locura no genera derechos.
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Estos conceptos son muy claros y muy fáciles de entender para todos, salvo para la clase política que nos gobernó durante casi dos siglos. A lo largo de esa desfalleciente historia republicana tuvimos próceres como Bolívar, que defendió denodadamente el derecho a resolver nuestras cuestiones internas con nuestros propios tribunales, incluso contra potencias como Estados Unidos. Pero también padecimos traidores que entregaron la soberanía a órganos  foráneos. Durante el pasado siglo vimos cómo una Carta de Intención pretendió transferir al Fondo Monetario Internacional el derecho a decidir cuáles leyes podíamos darnos y cuáles medidas económicas debíamos adoptar. Tratados de Promoción y Protección de Inversiones y Tratados contra la Doble Tributación intentaron  limitar nuestras potestades legislativas y conferir al  Centro Internacional de Arreglos de las Diferencias sobre las Inversiones (CIADI)  el derecho a decidir sobre la aplicación de las leyes económicas. Estas potestades, empleadas contra el pueblo, condujeron primero a la insurrección popular del 27 de febrero de 1989 y a la rebelión militar del 4 de febrero de 1992.


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Ambos movimientos iniciaron un proceso de restauración de la soberanía, vale decir, de la Independencia de Venezuela.  Si en algo  revela Chávez su verdadera naturaleza es en la sucesión de medidas con las cuales va liberando al país de las tutelas que otros poderes pretendían ejercer sobre él. Apenas juramentado, ordena que se marche la Misión Militar de Estados Unidos que dentro de nuestras propias instalaciones castrenses pretendia supervisar nuestro Ejército. Los marines estadounidenses tratan de desembarcar en nuestras costas con el pretexto de prestar ayuda humanitaria durante la vaguada de Vargas. Chávez les ordena no poner su planta insolente en las playas, y los hace retirarse. La Nómina Mayor de Petróleos de Venezuela S.A. se considera dueña de la empresa: Chávez ejerce el derecho de la Nación como única accionista de remover y designar la Junta Directiva, aunque ello le cuesta un golpe de Estado y un sabotaje petrolero. Sucesivamente recupera Chávez para Venezuela el control sobre las industrias estratégicas: la electricidad, la telefónica, la siderúrgica. Una ley inconstitucional pretende privatizar los ríos, lagos, lagunas y aguas; valiéndose de la Constitución, Chávez la veta. El CIADI decide sistemáticamente contra nuestro país las demandas de las transnacionales: Chávez impulsa la denuncia del Tratado que nos somete a esos árbitros prejuiciados. La Corte Interamericana de los Derechos Humanos de la OEA actúa como órgano prejuiciado contra Venezuela y pretende enmendarle la plana a nuestros legisladores y jueces: Chávez impulsa la denuncia de la Convención Interamericana de los Derechos Humanos, y cesamos de estar bajo las sentencias del llamado Ministerio de Colonias de Estados Unidos. Para evitar que cortes foráneas nos confisquen las reservas internacionales, ordena repatriar la casi totalidad de los lingotes de oro que estaban en poder de instituciones extranjeras. El imperialismo es la muerte de las soberanías; la resurrección de éstas, la defunción de los imperios.

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Pero para los países pequeños o medianos la soberanía es difícil de sostener sin alianzas. Chávez rompe con la diplomacia unipolar; se abre a la multilateralidad, a las relaciones Sur-Sur, a los vínculos con el Asia y con el  Movimiento de los Países No Alineados. Integracionista raigal, es factor fundamental en la derrota del ALCA y en la integración al Mercosur, así como en la creación de las grandes hermandades nuestramericanas del Alba, Unasur y la Celac. Releamos sus discursos, sabiendo que son la expresión fiel de una política que se confunde con su ser y con el de Nuestra América. Como la soberanía, su voz perdurará mientras el cuerpo político aliente y manifieste su voluntad de continuar existiendo: como la soberanía, por siempre.

(TEXTO/FOTOS: LUIS BRITTO)

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